Como hemos visto a lo largo de la historia: la planificación y el diseño de las ciudades tienen un impacto en los distintos tipos de transporte. Las primeras ciudades eran transitables (todo el mundo iba a pie), por eso eran compactas en tamaño y forma.
Poco a poco el transporte público permitía a la ciudad crecer en tamaño siendo más difícil para una persona atravesarla de lado a lado comfortablemente a pie. La expansión del tren, tram, autobús y metro ayudaron a la expansión de los barrios periféricos. Las ciudades se expandían en base a proyectos de desarrollo del transporte.
Después llegó la bicicleta, que permitió a muchas personas desplazarse incluso más allá de donde llegaba el transporte público, favoreciendo una libertad de movimiento personal y abriendo el apetito a aquéllos a los que ya se les prometía la misma libertad con el coche.
La gente aspiraba a tener casa (con jardín) y coche. Después de la Segunda Guerra Mundial los promotores de casas vieron en el coche la solución para no tener que ofrecer facilidad de acceso al transporte público cuando vendían sus casas. Y por eso, ni las tiendas, comercios, servicios tenían que estar ya a distancia de a pie. Poco a poco, el lobby de la industria automovilística se hacía más fuerte, erigiendo al coche como el modo de transporte por excelencia en la ciudad.
Así pues, aquellos viviendo en la periferia tenían poca elección, solo podían conducir, viéndose así atrapados en un circulo vicioso de dependencia del coche. Pero no solo los suburbios se veían atrapados en esa dependencia, ya que áreas urbanas iban dando cada vez más espacios al coche: más aparcamientos para facilitar el acceso del coche a la ciudad.
El problema es el coche, no solo el combustible que quema.
No es nuevo para nadie el terrible impacto que tiene el coche en las ciudades y ya desde los 60 en muchas ciudades europeas intentaban buscar políticas que regularan el tráfico y el acceso del coche a la ciudad. Nuestra relación amorosa con el coche era indiscutible, pues se intentaba poner freno tímidamente al enorme coste del tráfico en la ciudad sin hacer o proponer medidas drásticas. El coche representaba un status social y nos parecía esencial para mantener un alto nivel de vida. Y así, se llenaron las ciudades de coches. Y con ellos llegaron las emisiones y la contaminación ambiental.
Parece que la tecnología podrá combatir la emisión de partículas contaminantes gracias a los motores eléctricos pero esto no solucionará los demás impactos negativos del coche en la ciudad: nuestra dependencia al coche y los demás aspectos negativos asociados (los que detalla el cuadro).
Atacar y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) es esencial pero no es la solución. Compartir coches a través de una plataforma de car sharing como la nuestra puede ayudar a reducir el número de vehículos en la ciudad. Con Respiro los coches por horas en alquiler en los más de 50 puntos de recogida distribuidos por todo el centro de la M-30 nos ayudarán sin duda a reducir el número de coches privados. Ya no hay que tener coche cuando sólo necesitamos un coche a veces. Combinar transporte público, car sharing, bicicleta y desplazamientos a pie es la solución ideal y por la que ya apuestan más de mil ciudades en el mundo.